La Argentina es un país que suele morderse la cola y la historia se repite como un grotesco.
En 1883 el general Julio Argentino Roca – por entonces presidente – comete un papelón político que la historia oficial ha tratado siempre de minimizar.
Como un último acto (residual) de la mal llamada “Conquista del Desierto”, por orden de Roca, el Ejército Argentino al mando del teniente coronel Lino Oris de Roa procede a la detención de la comunidad del cacique tehuelche Örqueke en el lejano territorio de Santa Cruz, donde no hay malones y ni caciques belicosos.
Son arrojados de sus toldos diecisiete varones y un lote de treinta siete mujeres con niños. Embarcados como esclavos en la bodega del buque de la Armada Nacional “Villarino” y arriban al puerto de la Boca, de donde son llevados en calidad de prisioneros de guerra a los cuarteles militares de Retiro. Esta vez se salvaron del reparto escribe Nicanor Larraín, gracias a las gestiones de Piedrabuena y Spurr.
Comprendido el error por tratarse de una tribu “mansa”, el presidente los declara “huéspedes”. Los diarios La Prensa y La Nación comentan que ha sido una equivocación grave del gobierno, que deben ser restituidos a su tierra y que el Ejército Nacional debería devolver los caballos y animales incautados si no quieren ser caracterizado como ladrones.
Durante el cautiverio en Buenos Aires, para enmendar el entuerto, los tehuelches visitan el zoológico, el teatro “Alegría”, el café “París”, la curia y son paseados en tranvía.
139 años después, la Argentina es un país moderno, con una constitución nacional que reconoce la preexistencia de los pueblos originarios y que, consagrada el respeto a sus culturas, sin embargo, en la práctica, la represión, la discriminación y la violación de derechos de las comunidades indígenas sigue siendo una política del estado. Aguda en los regímenes de derecha y encubierta por momentos en los auto-denominados gobiernos progresistas. El operativo de desalojo en la Villa Mascardi involucró a 250 efectivos y un helicóptero como si se tratase de bandoleros o narcotraficantes. Un disciplinamiento exagerado para este cronista.
La información fue publicada, como siempre ocurre con las noticias sobre “los indios” en la página policial de los diarios, pero su implicancia se ha extendido con suerte impar al análisis político de los medios de comunicación.
Lo cierto es que 7 mujeres mapuche con cinco niños repitieron el viaje de la comunidad de Örqueke y fueron trasladas a la fuerza desde la Patagonia a un penal federal de Ezeiza de Buenos Aires. Otro papelón de la justicia, las fuerzas de seguridad y la política.
Ya no hay zoológico, ni tranvías en Buenos Aires para pasear a las mujeres presas, el teatro Alegría, el café Paris tienen cerradas sus puertas y la curia parece que también, silenciosa como en la época de la conquista.
Las mujeres y los niños mapuches regresaron a Rio Negro y es posible que pronto obtengan el reencuentro con sus familias, pero nunca volverán a la libertad y la heredad de sus ancestros, mientras exista en la sociedad argentina la discriminación y la negación para resolver sus demandas culturales, sociales y territoriales.
En las vísperas del 12 de octubre, este episodio es tan bochornoso como el cometido en los tiempos de la soldadesca del General Roca… demuestra que en América Latina las venas continúan abiertas.
Osvaldo L. Mondelo – Periodista Diplomado.