Desde la «ciudad de la furia», Osvaldo Mondelo reflexiona acerca de las postales que devuelven sus calles en un país con números que dan escalofríos: 17,3 millones de personas en situación de pobreza y 4,2 millones de personas en situación de indigencia, según los últimos datos del INDEC.
La pobreza galopa desenfrenada por las calles de Buenos Aires. Nunca en la vida de esta ciudad, admirada por provincianos y extranjeros como la gran metrópolis de América Latina, durmió tanta gente en la intemperie. Son los daños colaterales de la desocupación y la miseria.
El mercado de la estrechez y la competencia por las migajas en la periferia del conurbano, los empuja de a cientos como “balseros inmigrantes” al microcentro, donde los cajeros automáticos se han transformado en dormís y los aleros de teatros, centros culturales, iglesias y edificios públicos en techos de resguardo. Cualquier lugar puede ser sede de un colchón para pasar la noche tapado con una manta o un par de cartones.
Tampoco, como nunca hubo tantas madres con niños en las veredas “mangueando” una moneda. Precisamente un informe de la UNESCO refleja que las mujeres y los niños son el último escalón de la indigencia en la Argentina.
Los cartoneros se han multiplicado y no queda basurero sin requisa.
Mientras tanto en la Argentina opulenta, indiferencia.
Otro tanto pasa con un sector de la política y la representación laboral: La CGT reclama cargos en las listas partidarias, el Poder Judicial defiende sus derechos medievales, la vocera presidencial discute con un participante del programa“Gran Hermano” y el Gobierno de la ciudad bombardea con un slogan de obras que solo una minoría de los ciudadanos podrá disfrutar. El resto mira desde el ventanal a los comensales.
La única transformación que no para es la maldita pobreza.
Osvaldo Mondelo – Periodista Diplomado.
PD- Fotos tomadas por el autor de la nota en la vía pública